El dios que somos.
No que soy: somos.
El que nos hizo avanzar, juntos,
en esta historia de millones de años.
Tú, yo y los otros,
buscando el bien del que está al lado.
Tú, yo y los otros
que cuidamos,
alimentamos,
cobijamos,
amamos,
acariciamos,
aceptamos.
Somos.
El dios que somos.
No el ajeno,
no el extraño,
no el inventado:
el externalizado,
el que señalamos como portento, como milagro.
No el que vigila,
no el que castiga,
no el que apunta las faltas.
No el que rompió la hermandad
para que lucháramos en su nombre
(y sus muchas caras).
No.
El dios que somos:
el que recibe,
se abre,
acepta,
abraza,
ama.
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