Y qué.
No hay premio por aguantar,
ni público aplaudiendo
(la mayoría voltea la cara y finge que no sangras).
Duele abrir los ojos y saber que sigues aquí,
con los mismos problemas,
las mismas derrotas en doble fila
(los mismos fantasmas con cuentas pendientes).
Duele la claridad.
Esa pinche claridad cuando sólo quieres dormir,
cuando todo sería más fácil con un botón de apagado
(o al menos reiniciar sin guardar cambios).
Pero (y no es esperanza barata)
duele porque estamos vivos.
Porque aún importa, aunque sea un poco.
Porque no nos rendimos del todo,
aunque ya escribimos esa última carta cien veces.
Y aun así seguimos.
Por instinto.
Por necedad.
Por esa absurda fe de que quizá mañana
duela tantito menos
(y brindemos por seguir aquí,
aunque sea con tequila barato).
Vivir duele.
Pero el amor sigue vivo.
Y eso,
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