El próximo viernes toca auditoría: un día entero de peregrinación inútil por el templo de la burocracia.
Las auditorías son rituales donde se sacrifica el tiempo a cambio de nada; cada carpeta es un altar y cada sello, una ofrenda al dios del papeleo.
Debo estar presente de sol a sombra, aunque mi horario normal me deje vivir.
Observar cómo colegas con rostros de calavera recitan manuales de absurdos, mientras el reloj de arena de la oficina vomita minutos que nadie reclamará.
Responder a auditores con sonrisas de cartón fingen atención mientras yo finjo entusiasmo.
Al final, todos saldremos igual, pero más cansados y con la certeza de que el ritual funciona: nadie cuestionará nada, el absurdo se mantendrá intacto y el tiempo…
¡El tiempo se irá al pozo de la burocracia, donde convivirá feliz con los documentos que jamás nadie leerá!
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