(inspirado en unas líneas de JVC en el diccionebrio)
Masticaré tu carne hasta los huesos,
como perro callejero que encuentra su presa
en el polvo de una ciudad rota,
bajo el sol que nunca se apaga.
Mis dientes, rabiosos,
buscando el último aliento,
en cada curva de tu cuerpo,
como si amor e ira fueran una misma cosa
y no tuviera más remedio que devorarte
antes de que me devoren a mí.
Beberé entre tus piernas la lujuria del infierno,
fuego que no deja cenizas, ni esperanza,
sin promesas, sin perdón,
un infierno sin salvación.
Mi lengua será la espada que raspa
el alma de todos esos dioses
que inventamos para darnos fe,
como si hubiera algo más allá
de este deseo insaciable de sentirnos vivos.
Porque en tu cuerpo,
las lágrimas son sal que alimenta la tierra,
y tus besos, la comunión
que se traga todo,
sin dejar rastro.
Y tú, que vienes a darme la eternidad,
te quedarás entre mis venas
como la última copa,
pero yo no rogaré que pase de mí.
Y si alguna vez, al final,
me arrastras hasta el suelo,
te diré que no me arrepiento:
masticaré tus huesos,
beberé tu veneno
y esperaré el fin
como quien espera el último trago
de tequila,
sabiendo que lo peor de la vida
siempre sabe mejor
cuando se acaba.
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