sábado, 16 de noviembre de 2024

péndulo

El péndulo oscila cargado de cansancio,  
un vaivén que nos encierra entre las piedras que amamos  
y las alas que negamos por miedo a perder el suelo.  
Nuestra historia vuela entre el rugido del ciclón que arrastra
y la quietud temblorosa del que se aferra al faro.

En el aire se dibujan líneas inciertas,  
relámpagos sin destino que incendian el presente con furia,  
porque hay gritos que no saben esperar  
y susurros que se aferran al ayer como una maldición.  

La resistencia es una piedra bajo la lengua:  
sabe amarga, pesa más que los huesos,  
pero calma el terror del vacío.  
Se construye de muros altos,  
de cadenas oxidadas que enredan los sueños  
y del silencio cómodo del que no quiere mirar al abismo.  

La revolución tiene ojos rabiosos,  
puños listos para golpear los candados de la historia,  
el ímpetu de los que nunca aprendieron a esperar.  
Es un río que no sabe otra cosa más que arrasar,  
derribando altares que un día fueron refugio y hoy no son más, sino polvo sacro en el aire.

Sin embargo, hasta los gritos más fuertes pierden voz.  
Ayer fueron fuego, hoy son ceniza,  
y su gloria, estatuas que pesan tanto como las cadenas.  
El tiempo no perdona a nadie:  
el faro se apaga,  
los muros se cuartean,  
y el viento insaciable encuentra su entrada.  

Pero nada es eterno, ni el poder ni el miedo.  
En la grieta más pequeña, un eco germina,  
un murmullo que crece hasta volverse tormenta,  
hasta que el río más tranquilo encuentra otro cauce.  
Porque lo efímero siempre gana,  
porque la quietud es solo un respiro antes del siguiente derrumbe.  

Y así seguimos, entre golpes y risas,  
quemando lo que nos ata,  
rescatando lo que amamos.  
Somos ese vaivén, ese péndulo absurdo,  
que nos arrastra, nos quiebra,  
y nos obliga a empezar otra vez. 

Twitter: Owiruame

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