Hoy la miro,
hermosa y cansada,
como si el mundo la hubiera querido demasiado.
Brilla,
pero es un brillo quieto,
como una lámpara encendida sin testigos… una voz lejana, un eco.
Dice que no puede crear,
que sus letras están dormidas
y su cuerpo es una casa donde los relojes se niegan a dar la hora.
Las hormigas la recorren,
pequeñas, dulces, obstinadas,
como si quisieran despertarla, devolverle el pulso…
lamiendo su piel con la paciencia de una eucaristía de azúcar y sal.
Ella las deja hacer,
tal vez por cansancio,
tal vez por fe: espera que le devuelvan algo (el pulso, el fuego, la rabia)
o simplemente no tiene fuerzas para espantarlas.
Y yo, que la adoro,
sólo miro cómo el milagro se erosiona poco a poco,
entendiendo que incluso la belleza necesita dormir.
por: Miguel Quintero
Twitter: Owiruame
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