En las erosionadas espaldas de los dioses
levantamos ladrillos con soberbia,
como quien construye Babel sobre ruinas
y luego presume que fundó en la roca.
Ellos ya no cargan el cielo,
apenas soportan la humedad de nuestras plegarias,
esas súplicas baratas que se vuelven vaho
en los cristales rotos de un vitral profano.
Y aun así, nos proclamamos reyes,
orgullosos de un reino que huele a moho,
un imperio erguido
sobre huesos divinos carcomidos por el olvido.
Nos creemos eternos
sobre una roca cubierta de polvo.
Pero basta un bostezo de los dioses difuntos
para que nuestro castillo de naipes se derrumbe
como una mentira mal contada.
Al final, no somos más que soñadores del olvido,
agoreros de un destino incierto,
cantores de entelequias
que sólo nos sirven para intentar encontrar sentido a nuestra existencia.
👌
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