Ella creía en el equilibrio, velas encendidas, finales con sentido... yo llegaba tarde a todo, incluso a mí.
Nos conocimos en la fila del café. Ella traía un libro de poesía y olía a té de azahar. Yo iba con resaca, pantalones arrugados y chistes malos.
Duramos tres estaciones: Primavera fue promesa, verano incendio, otoño caída. En invierno ya no quedaba nada.
Una noche leyó mi carta astral. “Tienes algo roto en la casa del amor”, dijo. Pregunté si tenía reparación. Sonrió con tristeza. Me dijo: “tú pisas lo sagrado y ni te das cuenta”. Y sí, yo era sarcasmo y huida. Ella, equilibrio y flores secas.
Se fue con la dignidad intacta.
Desde entonces, cuando preguntan qué pasó, sólo digo:
—Ella era Libra… y yo un hijo de la chingada.
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