sábado, 14 de junio de 2025

milagro

A las ocho de la noche, el sol seguía ahí, igual de necio que mi patrón, que no entiende que ya pasó su hora.

Treinta y nueve grados Celsius, según el teléfono. Cuarenta y dos, según mis putas axilas… ¡y mis lonjas!
En la banqueta, yo.
 En la hielera, nada. Ni una pinche cerveza. Sólo unas cuantas botellas vacías, porque creí que ella vendría con las suyas (y yo también podría beberlas).

Spoiler: no vino.

Ni ella, ni la lluvia, ni mi cordura. Sólo los moyotes, esos cabrones que no tienen palabra pero sí tienen hambre.

Ahí estaba yo, como quien espera el Apocalipsis… con menos épica, pero con más sudor y comezón.
—El mundo se va a acabar y yo sin una pinche cerveza —pensé. Sin ella, y con sed de la mala.

Desde su casa invadida, en mi colonia pobre, el vecino llegó con un bote helado que me tendió con cierta condescendencia.
Juraría que fue en slow motion.

Casi aplaudí. No por agradecimiento, sino por respeto.
Porque en esta ciudad de infiernos sin poesía, el que te invita una cerveza fría ya es mitad dios… y mitad milagro.

Twitter: Owiruame

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