Tuve un gato, un cabrón con más hambre que cerebro, que se pasaba los días mirando la pecera. En la pecera vivía un pez dorado que giraba en círculos, ignorando por completo que era el objeto de un odio hambriento.
El gato soñaba con tragarse el pez algún día, y con esa mirada psicópata que tienen todos los gatos, calculaba el salto, el zarpazo, el banquete.
Un día, el menos pensado y más esperado (al menos por mí) se lanzó al agua y lo atrapó, porque claro, el pobre pez no tenía escapatoria.
Pero al morderlo, ¡sorpresa! El maldito pez no sabía a nada. Agua sucia y escamas, eso era todo.
El deseo suele ser más sabroso que la realidad, porque al final, la vida es una pecera y los sueños, un pez insípido que sólo sabe a decepción.
por: Miguel Quintero
Twitter: Owiruame
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