Puedo aceptar que el eco de tu voz
ya no resuene en mis madrugadas,
pero ¿cómo carajos me explico la ausencia de tus besos
si en mis labios aún persiste el licor dulce de tu boca?
Es raro, la piel se acostumbra a la rutina
de tu sombra, de tu figura fantasma,
pero en mi boca arde tu ausencia,
como brasas apagadas, que encendiste aquella madrugada.
No me consume tu partida,
es más bien el vacío de tus labios,
esa maldita costumbre que tengo
de creer que en algún rincón aún siguen vivos, respirando.
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