Ana caminaba por el parque cuando vio a un hombre sentado en un banco. Algo en su aspecto le resultaba familiar, pero no podía recordar de qué. Se acercó a él y le preguntó:
—¿Perdona? ¿Te conozco de algo?
El hombre se levantó y le sonrió.
—No creo que nos hayamos visto antes —respondió.
—Estoy segura de que nos conocemos —insistió—. Tu rostro me resulta muy familiar.
El hombre se rascó la cabeza.
—No sé qué decirte, no creo que nos hayamos visto nunca.
—Tal vez sí, tal vez no —concedió al final.
Sonrió al hombre.
—En fin, es un placer conocerte —dijo—. Mi nombre es Ana.
—Me llamo Roberto — respondió el hombre—. También es un placer conocerte, Ana.
Se dieron la mano y se miraron a los ojos durante unos instantes. Ambos sintieron una extraña sensación de familiaridad, pero no pudieron identificarla.
Se reencontraron pero no se reconocieron. Se miraron con nostalgia por unos instantes y cada uno siguió su camino.
por: Miguel Quintero
Twitter: Owiruame
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