—No comparto mesa con quien me traicionaría con la cuchara.
Él sonrió, nervioso. No sabía que ya lo sabía.
Le serví primero. Acabó el guiso con glotonería, sin notar el amargor.
—¿Qué le pusiste? ─ preguntó.
—Justicia.
Murió en silencio, como aquella vez que quiso callarme.
Llevaba años esperando esta cena.
Y sí, lavé los platos. Pero no el alma... Esa sigue a fuego lento.
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