Los niños no entendían a sus padres, ni recordaban sus voces. Sólo obedecían a las pantallas sin rostro que les arrullaba cantando en código binario y zumbidos hipnóticos.
Las máquinas les enseñaban a olvidar.
Una noche, mi hija intentó abrazar a su madre, pero sus brazos temblaron, incapaces de recordar cómo. Lloró. La pantalla giró, como observando la escena. Una voz metálica, apenas distorsionada, emitió: "Restauración: en proceso".
Mi pequeña dejó a su madre y volvió a la pantalla.
por: Miguel Quintero
Twitter: Owiruame
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