Quiero tatuar en la memoria de mis manos
cada fragmento de tu piel.
No busco certezas cotidianas,
sino el caos de tu aroma:
pólvora y sal, incrustados en mis sentidos.
Tus cicatrices son relatos
que la piel narra al roce de mis dedos;
tu humedad, un abismo
donde mi existencia se hunde sin remedio.
Tu piel es un maldito laberinto,
que me exige perderme.
Un santuario sin dios ni rezos,
donde el único rito es arder contigo.
No temo el juicio de los astros:
mi condena está escrita
en la textura de tu espalda.
La noche me observa con su cara rota,
cómplice de una sola herejía:
quererte más allá de los límites del deseo.
No busco promesas ni monumentos,
solo el mapa de tu cuerpo,
dibujado con mis dedos
en versos fugaces.
Las manos no mienten,
las mías anhelan aprenderte de memoria.
Y cuando todo acabe,
cuando sólo quede el eco de tus pasos,
llevaré tu geografía en mi tacto,
la humedad de tu ser
y el estremecimiento de tu piel
como mi mantra.
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